La primera muerte de Porfirio Díaz: el destierro
Por Alejandro Rosas
Mientras el Ypiranga tomaba curso rumbo a Europa el 1 de junio de 1911, un viejo y derrotado Porfirio Díaz pudo escuchar por última vez algunos compases de Dios nunca muere al tiempo que en su memoria se dibujaba la vieja Oaxaca y la costa de México desaparecía ante sus ojos: atrás quedaba la patria y su vida entera; entrelazadas ambas, habían escrito en mayor o menor medida los últimos cincuenta años de la historia nacional.
El trayecto rumbo al viejo continente no tuvo mayores contratiempos. Sólo en la Coruña, España fue recibido por una manifestación de comunistas organizada en su contra. Nada de importancia. Don Porfirio seguía muy molesto por la infección bucal que lo había acompañado en los momentos más amargos de su vida.
A mediados de julio de 1911, don Porfirio y doña Carmelita llegaron a París. Casi de inmediato visitó Los Inválidos y la tumba de Napoleón Bonaparte. Fue uno de los momentos más emotivos de su exilio. Con los veteranos franceses pudo evocar los viejos hechos de armas de la guerra de intervención. Si antes habían sido enemigos, en ese momento los unía un pasado común: la carrera de las armas y los años de la guerra. La apoteosis de la visita sucedió cuando el general Niox, lo escoltó hacia la tumba de Napoleón y puso en sus manos la espada que el emperador de los franceses blandió en Austerlitz. “Soy indigno de ella” –comentó don Porfirio, a lo que respondió el general: “Nunca ha estado en mejores manos”.
Durante los años de exilio, recorrió las principales capitales de Europa pero a pesar de todos los lugares que conoció, la mente de don Porfirio se encontraba en México. Sabía lo que estaba pasando en su amada Patria. Supo del triunfo electoral de Madero, de las rebeliones que iniciaron Orozco, Zapata, Reyes y su sobrino Félix contra el régimen maderista. También tuvo conocimiento del golpe de estado de Huerta y del asesinato de Madero y Pino Suárez.
París lo acogió durante los últimos meses de vida. Entre 1914 y 1915 su salud se fue deteriorando considerablemente, aunque siempre mostraba una actitud de enorme vitalidad frente a la gente. A mediados del mes de junio de 1915, su doctor le ordenó reposo. Tuvo que dejar las caminatas que realizaba por el bosque de Bologna. Ya ni siquiera le permitían salir solo.
Sus pensamientos entonces se perdieron en el laberinto de su propia historia. En las raíces más profundas de su conciencia. Los paisajes europeos desaparecieron de su mente y de pronto asomó la vieja y querida Oaxaca, la tierra de sus padres. Sus pensamientos iban y venían. Los sueños se mezclaban difusamente con la realidad. Recordaba los años en el mesón de la Soledad, el solar del Toronjo, La Noria. Veía los rostros de su madre, de su hermano Félix, de su adorada Delfina. El día 29 de junio recibió la extremaunción.
El 2 de julio, “la palabra se le fue acabando –escribió Martín Luis Guzmán. Parecía decir algo de La Noria, de Oaxaca. Hablaba de su madre: Mi madre me espera… A las dos de la tarde ya no pudo hablar. A señas… procuraba hacerse entender. Se dirigía casi exclusivamente a Carmelita… ¡Ah, sí, La Noria! ¿Oaxaca? Si, si. Oaxaca, en Oaxaca. Allá quería ir a morir y a descansar. A las seis y media expiró, mientras a su lado el sol lo inundaba todo en luz”
Porfirio fue sepultado en la iglesia de Saint Honoré l’Eylau, un lugar del todo ajeno a su historia. En 1921, sus restos fueron trasladados al cementerio parisino de Montparnasse donde continúan su exilio.
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